Y así, poco a poco, vuelo a vuelo, fui aprendiendo a manejarme en la radio con soltura, teniendo en cuenta los acentos y las peculiaridades de cada sector, de cada controlador, y de cada país…
Mi entrenamiento en línea seguía su curso, supervisado por los capitanes instructores con los que volaba, y que documentaban en un syllabus llamado «Lifus (Line flying under supervision)», que documentaba mis aciertos, mis errores, y mi progreso.

Y, tras aproximadamente 25 horas en el «jump seat», el 2 de Julio de 2019 (hace ya casí 5 años), me tocó salir a escena, y me senté, por primera vez, en el asiento del copiloto de un Airbus A320; además, me tocaba volar el primer tramo a mí… qué presión, pero qué maravilla!!
Mi primer despegue estuvo marcado por la más absoluta de las prudencias, pues lo último que deseaba era rotar excesivamente, y arriesgarme a un «tail strike» (tocar la cola del avión con el suelo, en el despegue o en el aterrizaje, por tener una posición de morro excesivamente alta), pero la ayuda del capitán instructor, uno de los mejores profesionales que he tenido la oportunidad de conocer en la aviación, fue crucial para que el vuelo fuera más relajado de lo previsto…

La ruta era de Alhucemas a Bruselas, y en las dos horas y cuarenta y cinco minutos que duró el mismo, tuve oportunidad de asumir, y sobre todo, de disfrutar esta increíble oportunidad que estaba viviendo; la había soñado desde mi más tierna infancia, y, muchos años después, por fin, había conseguido alcanzar.
No me cabe duda de que, a mis alumnos en «Fly & Fun», les hubiera encantado verme en el papel de alumno piloto en instrucción…
Pero para mí, esta experiencia estaba resultando una gran lección de humildad, pues sabía mucho de aviación general, de la instrucción, y de la gestión de una ATO, pero muy poco de la aviación comercial; por lo que procedía era estar dispuesto a aprender con los ojos y los oídos bien abiertos, para poder asimilar todos los conocimientos que me transmitían los magníficos profesionales con los que volaba.
Tras la aproximación, llegó mi primer aterrizaje real en el 320; lo había practicado cientos de veces en el simulador, pero esta vez era real, y con 185 personas a bordo, esperando y deseando que fuera un buen aterrizaje…
Si bien no fue perfecto, tampoco fue malo; sin duda, las voces sintéticas del radioaltímetro, son de una gran ayuda en estos casos. Y estaba seguro, que mis aterrizajes mejorarían con la práctica, como acabó sucediendo.

Tras el aterrizaje y la parada, poco tiempo para reflexionar; había que finalizar todo el papeleo del vuelo (es impresionante la cantidad de documentos que hay que revisar, rellenar y firmar en cada vuelo), y preparar el regreso, en esta ocasión, a Tánger.
Tras completar la revisión exterior al avión, tocaba comprobar con el capitán la ruta, hacer los cálculos de los pesos y velocidades del avión, y repasar el «briefing» de despegue; realmente, apenas había un minuto de descanso!!
Y en esas contadas ocasiones, no había nada más reconfortante que ver a un niño, viajando como pasajero, mirando hacia la cabina con los ojos brillando de ilusión; cuando el capitán lo invitaba a pasar a cabina, su cara se iluminaba con una sonrisa radiante; sin duda, era un momento que recordaría toda su vida, y que a mí, como a muchos pilotos vocacionales, me retrotraía a mi infancia, poniéndome en su lugar…
En el regreso a Tánger, el capitán volaba ese tramo, lo que me permitió disfrutar de un vuelo más tranquilo, pero teniendo muy claro, que éste 2 de Julio, sería un día realmente inolvidable para mí.

Y así transcurrió el mes de Julio, volando para la «Royal Air Maroc», para la que transportábamos a Francia, Bélgica y Holanda, básicamente, a trabajadores, familias y familiares marroquíes, en su gran mayoría, que vivían en las capitales europeas.
Sin una base fija, íbamos moviéndonos de hotel en hotel, por todo Marruecos, en diferentes ciudades: Casablanca, Tánger, Oujda, Alhucemas, Nador…
El vuelo en una compañía «charter» te obliga a cambiar con mucha frecuencia de alojamiento, incluso de un día para otro, pero la parte positiva es que no hay espacio para la rutina, pues salíamos y llegábamos a aeropuertos diferentes prácticamente cada día; eso hace la curva de aprendizaje con más pendiente, pero es un aprendizaje que se disfruta mucho.
A finales de Julio tuve mis días de descanso reglamentario, volviendo a Madrid, y a mi actividad de instructor, con mi querida «súper Cessna».
Pero ya nada volvería a ser igual; porque allí había estado, y allí deseaba volver…

Que buena entrada Julio!!!!! Acabo de leer las últimas.
Definitivamente la sonrisa de felicidad en la foto describe todo lo acontecido…
Que maravilla!!!!!
Muchas gracias, José, me alegro de que te haya gustado!! Sin duda, y como se suele decir, una imagen vale más que mil palabras…un abrazo!!